viernes, 11 de noviembre de 2011

Año 1824, Carrera hacia Tombuktú

En los albores del siglo XIV la ciudad de Tombuktú emergía bajo el sol ardiente del Sáhara con sus arcos en ventanas y puertas de madera maciza, salpicando torres y casas de adobe tan descoloridas que se confundían con la arena del desierto.

Allí confluían tres rutas comerciales en los remotos tiempos en que la sal era tan preciada como el oro, lo que confirió a sus habitantes de grandes fortunas y propició el emerger de un centro espiritual e intelectual de estudios islámicos sin precedentes en el norte de Africa en torno a la universidad de estudios coránicos.
Pero los insurgentes marroquíes arrasaron la ciudad en torno al año 1600 sembrando el caos y los estudiosos del Corán y la Astronomía fueron arrestados, dispersados y ejecutados en medio de la barbarie. Simultáneamente aquellos negocios que hicieron prosperar la ciudad, cayeron en declive y Tombuktú dejó de ser encrucijada de caminos para acabar invisible, eclipsada por las arenas.

Tombuktú significa “el final de la tierra” nombre del que a partir de entonces hizo gala. Al otro lado del Atlántico contemplaron cómo aquella ciudad de gran esplendor, en cuestión de décadas perdía su brillo, mostrándose hostil e inaccesible a los ojos de occidente.

Fue fortaleza remota, perdida e inexpugnable y permaneció como mito inalcanzable vedada al viajero durante tres siglos hasta que en 1824 la Societé Geographique de París propuso al mundo una gran hazaña. Tal insigne institución ofreció un premio al primer europeo que consiguiera alcanzar Tombuktú aportando pruebas irrefutables de haber llegado hasta allí.

El explorador escocés Gordon Laing, gran conocedor del África Sahariana, aceptó el reto completando el viaje desde Trípoli hasta Tombuktú dos años después, pero fue asesinado por unos bandidos poco después de iniciar el camino de retorno.
Fue entonces cuando el francés René Cailié recogió el relevo y comenzó su andadura. Tras discurrir por tortuosos caminos y afrontar innumerables peligros de los que milagrosamente salió con vida durante largos años de viaje, logró llegar a la ciudad legendaria. Al acceder a sus altos muros no recibió una cálida bienvenida, todo a su alrededor eran rostros esquivos y sombras. Tal fue el hermetismo de aquel aciago lugar que partió sin apenas descansar, pernoctando en Tombuktú tan solo cuatro noches tan amargas como hermosas que le parecieron eternas.

No me pareció ni tan grande ni tan populosa como había imaginado.
Todo estaba envuelto en una inmensa tristeza”
René Cailié.


Aún en nuestros días, sigue resultando difícil acceder a esta recóndita ciudad de Mali. Hay en funcionamiento un lento barco de vapor que sube el Níger río arriba y unos cuántos vuelos desde Bamako o Mopti que despegan cada semana mientras la arena se empeña en cubrir las escasas carreteras que atraviesan el desierto una y otra vez.


¿La ciudad está maldita? ¿Acaso habrá de permanecer perdida en medio de ninguna parte? Y es que el desierto del norte engancha con la cordillera del Atlas de Marruecos que la hace aún más inexpugnable.


Recientemente ha surgido un atisbo de luz, entre tanta penumbra: se rumorea que hay un café con Internet en aquella sórdida fortaleza ¿será capaz la tecnología de sumergir a Tombuktú de golpe y porrazo en el siglo 21? Tal vez se acerca el final de la leyenda.

2 comentarios:

  1. Uno de mis libros preferidos, León el Africano de Amin Maalouf, narra el periplo del protagonista, un hombre nacido en Granada, a través del Sáhara y sus reinos hasta la ciudad de Tombuctú. Lástima que su declive fuera tan abrupto, aunque quién sabe qué habría sido de la leyenda en caso de que su esplendor hubiera perdurado con el tiempo. Quizás la magia va asociada con la calamidad.

    Besos
    Isma

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    Respuestas
    1. La ruta de la seda, el desierto y las ciudades herméticas a los ojos del viajero me apasionan sobremanera.
      León el Africano, un libro magnífico. Creo que tienes razón, nos impactan más los finales tormentosos. Somos, en cierta forma, adictos a la debacle.

      Un beso.

      *Están tan descolocadas las fotos porque cambié el formato de el blog hace unos meses y se resintieron las entradas anteriores. Algún día, con tiempo, las recolocaré pero es un trabajo de chinos.

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