Ya ha pasado medio siglo desde el naufragio pero cómo olvidar si de un tiempo a esta parte no se habla de otra cosa. El Times del lunes, sin ir más lejos, me disponía a fumar un Montecristo en el club de la calle Queensway cuando el diario me cegó con ese titular morboso que no deja en paz a los muertos: MEMORIAS DEL TITANIC, EN SU 50 ANIVERSARIO. Siempre ahondando en la herida, cómo si no recreara ya aquel triste episodio cada noche en toda su atrocidad con mis pesadillas. Aún despierto, a menudo cruzo un semáforo y me pongo en guardia. Toda esa gente, a la deriva… Me trae de vuelta aquellos gritos ensordecedores solapados con el crepitar de las olas. Y de todo el horror que contemplé, un rostro de mujer me conmueve por encima de los otros. Fue en el Salón Oriental donde la vi, la orquesta tocaba el foxtrot de moda, un chelista chapoteaba siguiendo el ritmo y ella, impecablemente uniformada, se esmeraba en arreglar los cuantiosos estropicios de la sala.
- Señorita, apresúrese, ha de evacuar el barco. Rápido, busque un bote salvavidas. No se demore, el tiempo corre en su contra.
- No, no puedo marcharme. Me lo dejó bien claro el comodoro, el suelo de esta estancia ha de estar reluciente las veinticuatro horas del día.
- Hágase cargo, las reglas han cambiado. Todo eso ya no importa, ahora urge ponerse a salvo.
- Entonces ¿Por qué tocan los músicos?
- Para inspirar calma en medio del caos, son profesionales.
- Pues por las mismas, yo mantendré impoluto el salón para aparentar normalidad y que ellos se mantengan serenos. Caballero, yo también me tomo mi labor muy en serio y ahora déjeme hacer, que con tanta cháchara se me acumula el trabajo.
El mar ganaba terreno, ya nos cubría por las rodillas y la doncella seguía frota que te frota con la piel en carne viva. Le pedí que desistiera, hasta llegue a agarrarla de la cofia pero se zafó de mí y volvió a la carga.
- Daré de usted excelentes referencias, miss… - tras un breve vistazo a las iniciales bordadas en el delantal, me aventuré – ¿Miss Daisy?
- No es Daisy sino Dorothy, pero todos me llaman Dotty y en estas circunstancias… - se encogió de hombros - usted es lo más parecido a un amigo que tengo.
- Me retracto, entonces. Vuelva a Londres, miss Dotty y nadie le reprochará nada. Es más, le lloverán los empleos. No vi jamás una entrega semejante.
- No me hable de lluvia, señor. Solo faltaría qué se pusiera diluviar ahora ¡Por Dios bendito! – la doncella medio ríe, medio llora, su cara es un poema prerrafaelista.
- Es usted muy terca, muchacha. Dígame sin tapujos. En verdad. ¿Por qué hace esto?
- El Titanic se hunde.
- En efecto, señorita, mayor razón para desalojar el barco.
- Yo no lo veo así. Mire a su alrededor, es un trasatlántico precioso…
- Pues sí, ciertamente. Y seamos realistas, en cuestión de minutos quedará sumergido para los restos.
- Justo por eso he de encerar la madera para que sea impermeable y soporte bien la presión y la humedad. Así, cuando lo encuentre más adelante algún equipo de buceo lucirá deslumbrante y ostentoso, como el palacio de La Atlántida. Sino figúrese, tanto buscar para luego llevarse un chasco.
Qué añadir ante tal argumento disparatado donde los haya y también romántico como pocos. No insistí más y la doncella prosiguió en su tarea suicida, me recordó al pequeño San Agustín tratando de vaciar un pozo sentado en la playa. ¿Osadía? ¿Delirio? Me temo que ambas cosas. Por supuesto, se trataba de una empresa estúpida y a la vez tan deliciosa que decidí quedarme a hacerle compañía. Para ser honestos, también tendría algo que ver que su cuello se contorsionara como el de un cisne y sus pecosos brazos se movieran con la gracia de una primera bailarina en un ballet mágico de objetos maravillosos que se elevan tintineando a la primera de cambio.
Fue entonces que el casco se inclinó considerablemente, el diván de seda salvaje con motivos en cachemir se deslizó por la estancia como un cochecito de feria y el piano lacado en blanco-marfil terminaría por estrellarse contra el mueble bar en un sublime estruendo de acordes. Lástima, el ballet tomaba por momentos el cariz dramático de la ópera, nevaban vidrios astillados verdes y ambarinos mientras el champán estallaba despreocupado en efervescentes nubes de espuma. Así es, adornos y demás filigranas levitaban en plena devastación con un grotesco aire de fiesta, nunca pensé que la debacle pudiera ser tan hermosa. Entretanto, miss. Dotty seguía arrodillada paño en mano, rebañando la lata de cera Kendall Mfg & Co que ya estaba casi vacía.
La doncella se balanceaba al mismo son que los cuadros de las paredes que para permanecer derechos se deshacían en malabarismos. Me llamó la atención una exquisita marina de Turner, un mar dentro de otro, que se mecía luminoso bajo su sol de mentira. Así como el majestuoso retrato de su graciosa majestad el rey Jorge V quien, lejos de tartamudear, se limitaba a mostrar su preocupación ladeando con el vaivén compulsivamente la cabeza. Cuando el barco, de repente, zozobró precipitándose sin red en un ángulo imposible. De la ópera al circo, más difícil todavía. Las alfombras de Damasco volaban como en tiempos de Aladín y las semillas del té chai masala vagaban a duras penas cual barquitos de papel. Me dirigí por última vez a la doncella, acuciaba salir de allí de inmediato.
- Querida, ya basta. ¡Si lo ha dejado inmaculado! Venga conmigo, es ahora o nunca.
- Querida, ya basta. ¡Si lo ha dejado inmaculado! Venga conmigo, es ahora o nunca.
Declinó mi invitación con un gesto coqueto y forzado, haciendo gala del suficiente temple como para disfrutar de lo cómico de la situación. ¿Cómo se atrevía a bromear? ¡Al borde de la catástrofe! Aún hoy me resulta incomprensible aunque asimismo el menor de los misterios en aquella noche peregrina.
- Si un aristócrata me ofrece gentil su brazo para salir a tomar el aire, es que el mundo está del revés.
Así era, al menos, abordo de nuestro ataúd gigante. Sino cómo se explica que las lámparas de araña danzaran como medusas y la ruleta virara del rojo al negro a capricho. La besé en los labios, fue superior a mí y la habría acompañado hasta el final de no ser porque ella me apartó de su lado.
- Vamos, márchese. Yo no tengo nada que perder. En cambio, a usted seguro que le espera una bella prometida en alguna parte. Se casarán, jugarán a la canasta, saldrán a la caza del zorro y todo eso.
Asentí y ya me alejaba tambaleándome cuando la doncella silbó y sin dudarlo me di la vuelta. Para entonces, ya resbalaba tratando de mantenerse erguida y empapada en alcohol se agarraba al surtidor de la cerveza.
- Haga algo importante con su vida, señor.
- Apuraré cada minuto, lo prometo.
Ya en cubierta, me disponía a saltar cuando eché un último vistazo a través del ojo de buey art decó mientras sobrevenía un crujido indescriptible y asomaba desproporcionada la popa. El trasatlántico enfilaba la vertical, en breve se lo tragaría el océano. Conforme se acercaba el fatal desenlace, a mi doncella le fallaban las fuerzas y abatida, soltaba la cañería con los brazos entumecidos. Pero ocurrió algo fuera de lo común, más extraordinario si cabe que aquel desparrame de sombras chinescas. El suelo estaba tan febrilmente encerado que miss Dotty patinó cuesta abajo alcanzando una velocidad vertiginosa de modo que el salón se convertió en una rampa de lanzamiento por la que la muchacha tomó carrerilla hasta desaparecer sin dejar rastro. Por alguna extraña convergencia de parámetros telemagnéticos o ultrasónicos o termodinámicos o psicótrónicos, por algún fenómeno científico de nombre tan enrevesado como para trastabillarme al pronunciarlo, digo yo que miss. Dotty se volatizaría. ¡Qué sé yo! Soy corredor de bolsa, no doctor en física cuántica. No doy más de sí, de hecho, esto me supera.
De ahí que ahora me tiemblen las manos con el Times desplegado sobre la mesa al leer por enésima vez una de las CARTAS AL DIRECTOR que me tiene en vilo. De nuevo esas siglas, que bien podrían ser de cualquiera, pero me consta que son suyas pues acompañan una nota casi críptica por lo conciso y en esencia, un tanto absurda: “Un barco fabuloso, todo un emblema. Y aún sepultado en las profundidades, doy fe, descansa impoluto. Ya lo comprobarán en su momento.” Fue leerla y se me encogió el corazón. D.L.S, me digo y huelo a una anodina mezcla de pachuli con sal, cera Kendall y desinfectante. D.L.S, repito para mis adentros y no puedo sino carcajearme.
- Camarero, un güisqui. Por miss Dorothy Lisa Smith, responsable de limpieza del Salón Oriental y aledaños. Área común. Primera Clase. Diantres, los hay con suerte.
Paso las páginas hasta dar con el estado de la Bolsa, el yen peligra y el mercado asiático amanece a la baja. ¿Será una señal? ¿Y si hoy todo lo oriental se hunde? Trago saliva, demasiadas coincidencias. Pego un trago, me tomo un tiempo precioso del que no dispongo. Queda un número final, ya escucho el redoble de tambores. La City bulle, los gráficos se desploman y por azar les llevo a mis colegas cierta ventaja. De nuevo a contrarreloj, cada minuto cuenta. No soy supersticioso y aún así… Casi mejor, hoy invierto en dólares.
- Si un aristócrata me ofrece gentil su brazo para salir a tomar el aire, es que el mundo está del revés.
Así era, al menos, abordo de nuestro ataúd gigante. Sino cómo se explica que las lámparas de araña danzaran como medusas y la ruleta virara del rojo al negro a capricho. La besé en los labios, fue superior a mí y la habría acompañado hasta el final de no ser porque ella me apartó de su lado.
- Vamos, márchese. Yo no tengo nada que perder. En cambio, a usted seguro que le espera una bella prometida en alguna parte. Se casarán, jugarán a la canasta, saldrán a la caza del zorro y todo eso.
Asentí y ya me alejaba tambaleándome cuando la doncella silbó y sin dudarlo me di la vuelta. Para entonces, ya resbalaba tratando de mantenerse erguida y empapada en alcohol se agarraba al surtidor de la cerveza.
- Haga algo importante con su vida, señor.
- Apuraré cada minuto, lo prometo.
Ya en cubierta, me disponía a saltar cuando eché un último vistazo a través del ojo de buey art decó mientras sobrevenía un crujido indescriptible y asomaba desproporcionada la popa. El trasatlántico enfilaba la vertical, en breve se lo tragaría el océano. Conforme se acercaba el fatal desenlace, a mi doncella le fallaban las fuerzas y abatida, soltaba la cañería con los brazos entumecidos. Pero ocurrió algo fuera de lo común, más extraordinario si cabe que aquel desparrame de sombras chinescas. El suelo estaba tan febrilmente encerado que miss Dotty patinó cuesta abajo alcanzando una velocidad vertiginosa de modo que el salón se convertió en una rampa de lanzamiento por la que la muchacha tomó carrerilla hasta desaparecer sin dejar rastro. Por alguna extraña convergencia de parámetros telemagnéticos o ultrasónicos o termodinámicos o psicótrónicos, por algún fenómeno científico de nombre tan enrevesado como para trastabillarme al pronunciarlo, digo yo que miss. Dotty se volatizaría. ¡Qué sé yo! Soy corredor de bolsa, no doctor en física cuántica. No doy más de sí, de hecho, esto me supera.
De ahí que ahora me tiemblen las manos con el Times desplegado sobre la mesa al leer por enésima vez una de las CARTAS AL DIRECTOR que me tiene en vilo. De nuevo esas siglas, que bien podrían ser de cualquiera, pero me consta que son suyas pues acompañan una nota casi críptica por lo conciso y en esencia, un tanto absurda: “Un barco fabuloso, todo un emblema. Y aún sepultado en las profundidades, doy fe, descansa impoluto. Ya lo comprobarán en su momento.” Fue leerla y se me encogió el corazón. D.L.S, me digo y huelo a una anodina mezcla de pachuli con sal, cera Kendall y desinfectante. D.L.S, repito para mis adentros y no puedo sino carcajearme.
- Camarero, un güisqui. Por miss Dorothy Lisa Smith, responsable de limpieza del Salón Oriental y aledaños. Área común. Primera Clase. Diantres, los hay con suerte.
Paso las páginas hasta dar con el estado de la Bolsa, el yen peligra y el mercado asiático amanece a la baja. ¿Será una señal? ¿Y si hoy todo lo oriental se hunde? Trago saliva, demasiadas coincidencias. Pego un trago, me tomo un tiempo precioso del que no dispongo. Queda un número final, ya escucho el redoble de tambores. La City bulle, los gráficos se desploman y por azar les llevo a mis colegas cierta ventaja. De nuevo a contrarreloj, cada minuto cuenta. No soy supersticioso y aún así… Casi mejor, hoy invierto en dólares.